Advertencia de la autora: este relato es erótico y contiene descripciones muy explícitas que pueden no ser del gusto de algunas personas.
Recogió el ticket y lo dejó en el salpicadero. La barrera se abrió, franqueándole la entrada. Echó un vistazo fugaz al reloj mientras recorría el aparcamiento buscando el rincón más apartado. Era muy temprano y a esas horas no había casi nadie en el aeropuerto, pero más valía prevenir. Por fin aparcó en la esquina más alejada de la entrada a la terminal, en la última planta, entre una pared y una furgoneta grande que tenía pinta de llevar allí varios días. Más intimidad no se podía tener en un sitio como aquel. Se quitó el tanga y lo guardó en la guantera, sonriendo con malicia al imaginar la reacción de David al descubrir que no llevaba ropa interior. Luego se lo pensó mejor y se lo metió en un bolsillo. Por último, movió los asientos delanteros tan hacia delante como era posible, echó una mirada analítica al espacio que quedaba atrás y se dio por satisfecha. «Tendrá que valer», pensó y se dirigió hacia la terminal, seguida del tac, tac, tac de sus tacones resonando en el aparcamiento vacío.
Recogió el ticket y lo dejó en el salpicadero. La barrera se abrió, franqueándole la entrada. Echó un vistazo fugaz al reloj mientras recorría el aparcamiento buscando el rincón más apartado. Era muy temprano y a esas horas no había casi nadie en el aeropuerto, pero más valía prevenir. Por fin aparcó en la esquina más alejada de la entrada a la terminal, en la última planta, entre una pared y una furgoneta grande que tenía pinta de llevar allí varios días. Más intimidad no se podía tener en un sitio como aquel. Se quitó el tanga y lo guardó en la guantera, sonriendo con malicia al imaginar la reacción de David al descubrir que no llevaba ropa interior. Luego se lo pensó mejor y se lo metió en un bolsillo. Por último, movió los asientos delanteros tan hacia delante como era posible, echó una mirada analítica al espacio que quedaba atrás y se dio por satisfecha. «Tendrá que valer», pensó y se dirigió hacia la terminal, seguida del tac, tac, tac de sus tacones resonando en el aparcamiento vacío.
Foto de artur84, en freedigitalphotos |
Los monitores de
la zona de llegadas anunciaban que el vuelo estaba aterrizando y a los pocos
minutos empezó a salir gente. La mezcla de impaciencia y excitación empezaba
a hacérsele insoportable cuando se abrieron las puertas automáticas y apareció
David. Estaba moreno, muy guapo. La buscaba con la mirada y cuando la encontró
le dedicó una sonrisa que se le enganchó en las entrañas. Quiso salir corriendo
y abrazarlo, pero se contuvo para darle tiempo de verla bien mientras se
acercaba y que la desease más. Funcionó. David soltó la maleta, le rodeó la
cintura y la besó como si no hubiera nadie en la terminal.
—Holaaaa —dijo,
agarrándole el culo con una mano.
—Vámonos de aquí.
—Ana no tenía tiempo para saludos.
De camino al
ascensor, aprovechó para deslizar en la mano de David el contenido de su
bolsillo.
—¿Qué es esto?
—Un regalito. —La
respuesta llegó a la vez que el ascensor.
David abrió el puño para ver la prenda de encaje blanco y no le dio tiempo a que se cerrasen
las puertas: la empujó contra la pared y comenzó a besarla mientras le metía
la mano debajo del vestido.
—Estás empapada…
—Te echaba de
menos.
—¡Qué hambre me
das!
Recorrieron la
distancia hasta el coche a buen paso, las manos buscando los rincones del otro
cuerpo. Él la apoyó contra el lateral del coche y se perdió en su escote.
Mordiendo, lamiendo, chupando. Ella le soltó el botón de los pantalones, metió la
mano dentro del calzoncillo, buscando su erección, y la agarró con firmeza.
—¡Uf! Te echaba
de menos.
—¡Ven aquí! —Sin
dejar de besarla, David abrió la puerta y la tumbó en el asiento, cerró tras de
sí y se colocó entre sus piernas.
Ana se bajó los
tirantes del vestido y del sujetador, aunque ya tenía un pecho descubierto.
—Quítate la
camiseta y métemela ahora mismo. Quiero sentir como entra.
Obedeció
gustoso. Le separó los labios mientras rozaba el clítoris con el pulgar e
introdujo el pene, duro como una piedra, poco a poco, notando como la llenaba y
como se estremecía su cuerpo con el contacto. Se inclinó sobre ella y comenzó a
moverse. Quería controlarse, marcar un ritmo lento, pero fue incapaz. Ella lo
animaba con su mirada de deseo, sus movimientos y sus palabras.
—Fóllame, por
favor. Fóllame fuerte. —Y empujaba con las caderas contra las de él—. Quiero correrme
ahora mismo. —Y le llenaba la boca con su lengua—. Cómeme, muérdeme. —Y se
tocaba el clítoris en una caricia casi furiosa—. ¡Cómo me follas, David, me voy
a desmayar aquí mismo!
La respiración
de Ana se hizo más profunda, convirtiéndose en un jadeo, y su cuerpo comenzó a
tensarse. David sintió en el pene las contracciones del orgasmo de su novia, y
sus uñas clavándosele en la espalda. Ana echó la cabeza hacia atrás, con los
ojos cerrados y dejó escapar un gemido largo y grave. David no pudo resistirse
a sus pechos y los mordió, empujando con su pelvis hasta el fondo, pese a sus
súplicas.
—Por favor, no
puedo más, me voy a morir.
—No te mueres
—le susurró al oído sin dejar de moverse—. Aguanta un poco.
El segundo
orgasmo la sacudió como una descarga eléctrica y se revolvió bajo el peso de
David, perdido por completo el control. Él la sujetó por las caderas, sintiendo
su propio orgasmo aproximarse.
—Dime dónde lo
quieres.
—Dentro —gimió
Ana, casi incapaz de hablar.
David se dejó
ir, empujando contra el cuerpo de ella, besándola con todas las ansias de los
meses de ausencia, sintiendo sus pechos contra el suyo. Se quedó ahí un
momento, sin pensar en nada, solo disfrutando el contacto del cuerpo de Ana y
besándola suavemente.
—Vámonos a casa
—dijo al fin.