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6 de septiembre de 2019

Aeropuerto

Advertencia de la autora: este relato es erótico y contiene descripciones muy explícitas que pueden no ser del gusto de algunas personas.

Recogió el ticket y lo dejó en el salpicadero. La barrera se abrió, franqueándole la entrada. Echó un vistazo fugaz al reloj mientras recorría el aparcamiento buscando el rincón más apartado. Era muy temprano y a esas horas no había casi nadie en el aeropuerto, pero más valía prevenir. Por fin aparcó en la esquina más alejada de la entrada a la terminal, en la última planta, entre una pared y una furgoneta grande que tenía pinta de llevar allí varios días. Más intimidad no se podía tener en un sitio como aquel. Se quitó el tanga y lo guardó en la guantera, sonriendo con malicia al imaginar la reacción de David al descubrir que no llevaba ropa interior. Luego se lo pensó mejor y se lo metió en un bolsillo. Por último, movió los asientos delanteros tan hacia delante como era posible, echó una mirada analítica al espacio que quedaba atrás y se dio por satisfecha. «Tendrá que valer», pensó y se dirigió hacia la terminal, seguida del tac, tac, tac de sus tacones resonando en el aparcamiento vacío.

Foto de artur84, en freedigitalphotos


Los monitores de la zona de llegadas anunciaban que el vuelo estaba aterrizando y a los pocos minutos empezó a salir gente. La mezcla de impaciencia y excitación empezaba a hacérsele insoportable cuando se abrieron las puertas automáticas y apareció David. Estaba moreno, muy guapo. La buscaba con la mirada y cuando la encontró le dedicó una sonrisa que se le enganchó en las entrañas. Quiso salir corriendo y abrazarlo, pero se contuvo para darle tiempo de verla bien mientras se acercaba y que la desease más. Funcionó. David soltó la maleta, le rodeó la cintura y la besó como si no hubiera nadie en la terminal.
—Holaaaa —dijo, agarrándole el culo con una mano.
—Vámonos de aquí. —Ana no tenía tiempo para saludos.
De camino al ascensor, aprovechó para deslizar en la mano de David el contenido de su bolsillo.
—¿Qué es esto?
—Un regalito. —La respuesta llegó a la vez que el ascensor.
David abrió el puño para ver la prenda de encaje blanco y no le dio tiempo a que se cerrasen las puertas: la empujó contra la pared y comenzó a besarla mientras le metía la mano debajo del vestido.
—Estás empapada…
—Te echaba de menos.
—¡Qué hambre me das!

Recorrieron la distancia hasta el coche a buen paso, las manos buscando los rincones del otro cuerpo. Él la apoyó contra el lateral del coche y se perdió en su escote. Mordiendo, lamiendo, chupando. Ella le soltó el botón de los pantalones, metió la mano dentro del calzoncillo, buscando su erección, y la agarró con firmeza.
—¡Uf! Te echaba de menos.
—¡Ven aquí! —Sin dejar de besarla, David abrió la puerta y la tumbó en el asiento, cerró tras de sí y se colocó entre sus piernas.
Ana se bajó los tirantes del vestido y del sujetador, aunque ya tenía un pecho descubierto.
—Quítate la camiseta y métemela ahora mismo. Quiero sentir como entra.
Obedeció gustoso. Le separó los labios mientras rozaba el clítoris con el pulgar e introdujo el pene, duro como una piedra, poco a poco, notando como la llenaba y como se estremecía su cuerpo con el contacto. Se inclinó sobre ella y comenzó a moverse. Quería controlarse, marcar un ritmo lento, pero fue incapaz. Ella lo animaba con su mirada de deseo, sus movimientos y sus palabras.
—Fóllame, por favor. Fóllame fuerte. —Y empujaba con las caderas contra las de él—. Quiero correrme ahora mismo. —Y le llenaba la boca con su lengua—. Cómeme, muérdeme. —Y se tocaba el clítoris en una caricia casi furiosa—. ¡Cómo me follas, David, me voy a desmayar aquí mismo!
La respiración de Ana se hizo más profunda, convirtiéndose en un jadeo, y su cuerpo comenzó a tensarse. David sintió en el pene las contracciones del orgasmo de su novia, y sus uñas clavándosele en la espalda. Ana echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados y dejó escapar un gemido largo y grave. David no pudo resistirse a sus pechos y los mordió, empujando con su pelvis hasta el fondo, pese a sus súplicas.
—Por favor, no puedo más, me voy a morir.
—No te mueres —le susurró al oído sin dejar de moverse—. Aguanta un poco.
El segundo orgasmo la sacudió como una descarga eléctrica y se revolvió bajo el peso de David, perdido por completo el control. Él la sujetó por las caderas, sintiendo su propio orgasmo aproximarse.
—Dime dónde lo quieres.
—Dentro —gimió Ana, casi incapaz de hablar.
David se dejó ir, empujando contra el cuerpo de ella, besándola con todas las ansias de los meses de ausencia, sintiendo sus pechos contra el suyo. Se quedó ahí un momento, sin pensar en nada, solo disfrutando el contacto del cuerpo de Ana y besándola suavemente.
—Vámonos a casa —dijo al fin.

6 comentarios:

  1. Ay, qué maravilla.

    Es como la típica historia en la que quieres erotismo y que sea rápido, sin complejidades. Yo suelo leer fanfic (donde en el 90 % de los casos se escribe sobre sexo) y esto me es muy parecido.

    Me alegro de poner cara a alguien que escribe algo como esto.

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  2. Muchas gracias, Clara. Es que después de meses sin verse, no está una para preámbulos... al menos con el primero. Luego ya otro con calma. ;-)

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  3. Hacen falta más gordas feministas bien hechas y talentudas. Yo llevo años buscando la mía...

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  4. AMBROSÍA

    Ana tenía treinta y ocho años y había tenido dos, casi tres relaciones importantes, la última terminada hacía ya unos años. Si bien ella nunca había sido delgada, tras el último de aquellos hombres algo se trastocó en su vida y, de ese modo, llegó a engordar hasta pesar un centenar muy largo de kilos. Por el tiempo de nuestra historia, sin embargo, había adelgazado mucho y, poco a poco, día tras día y semana tras semana, reunido el ánimo para volver a contemplarse en el espejo, a veces y cada vez más a menudo desnuda, con ojos progresivamente distintos y más tolerantes.

    Muy despacio, paso a paso, el deseo fue regresando a su cuerpo y, por cosas de la vida y del tiempo que le toca vivir a cada cual, su primer impulso, que siguió casi sin darse cuenta, fue satisfacerlo a través del porno de fácil acceso de internet. En poco tiempo, los primeros vídeos, con escenas más o menos tradicionales entre un hombre y una mujer, no tardaron en dar paso a otros, cada vez más fuertes y con más gente implicada. Le gustaban particularmente las escenas en las que había dos mujeres, independientemente del número de hombres, y cada vez las buscaba más fuertes, más guarras, más extremas...

    Y un día, de nuevo sin saber muy bien por qué pero dejándose llevar, buscó en Google las palabras porno gordas. En cuestión de media hora conocía el término estadounidense BBW, es decir, Big Beautiful Women, y enseguida se dio cuenta de que había una ingente cantidad, toda una industria de vídeos por el estilo. Instintivamente, Ana se buscó entre las modelos, esto es, buscó a mujeres con cuerpos similares al suyo, y así no tardó en darse cuenta de que los vídeos más reproducidos eran, precisamente, los de las modelos que más se parecían a ella: gordas sin llegar a un extremo que ella conocía muy bien, y con enormes y carnosos senos. Los suyos eran como melones no demasiado crecidos, sin nada que envidiar a los más deseados a la vista de sus reproducciones, y se derramaban sobre una barriga redonda, inmaculada de arrugas, generosísima alrededor de un ombligo de la talla y profundidad de un dedo meñique. Tuvo que admitir, lo cual no le desagradó en absoluto, que ella también debía de tener su público.

    Se puso a investigar, pues, y un día encontró un foro sobre porno, en castellano, que contenía un tema de conversación muy activo sobre las mujeres BBW; páginas y páginas de notas más o menos ininterrumpidas desde hacía cosa de cuatro años acerca de barrigas, pechos, brazos, piernas, más gordas, menos gordas, y debates al respecto. Aquellos tíos debían de pajearse de lo lindo y, la verdad, pensar que si la vieran a ella lo harían con ganas era algo que la ponía cachonda. Leyéndose todo el hilo de principio a fin, sin saltarse ni un comentario, descubrió que a lo largo de las últimas veinte o treinta páginas se había consolidado un grupo bastante simpático conformado por cuatro o cinco muy habituales, y otros tantos más ocasionales, que derramaban miel hablando -casi- de ella.

    Y el que más destacaba, sin duda, era Roberts, no tanto porque fuera una especie de maestro de ceremonias, el que más vídeos colgaba y mejor los presentaba, como porque en su manera de escribir, siempre sobre lo mismo, sus referencias y su manera de expresarse -a veces deliciosamente trasnochada- delataban a un tipo crítico muy en la línea de aquellos tiempos de 2014 y con una cultura amplia y detallada acerca de multitud de temas diferentes, desde la política hasta los comics de superhéroes pasando por las ciencias, la historia, la literatura, el arte o el cine. Así, Ana no tardó en darse cuenta de que hacer aquello, seguir a ese chico y estudiarlo, había empezado a excitarla.

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  5. Acabado el centenar largo de páginas del hilo, y convertida en una auténtica experta tanto en el tema como en algunas de las obsesiones de Roberts, Ana no tardó ni una semana en comprarse algo de lencería, tanto porque fue el que más le gustó como por lo que pudiera pasar, muy parecido a un conjunto que ese chico había elogiado mucho de una de sus modelos favoritas: una camisola abierta y transparente de color violeta -el color del feminismo-, que tapaba sus pechos pero dejaba su barriga casi al aire, con solo un tanga del mismo color, de encaje y muy pequeño. Al regresar a casa, muy satisfecha con su compra, Ana se sentó ante el ordenador, accedió al foro, dio de alta el nick que habría de ser en su alter ego en aquel lugar virtual -Ambrosía-, y entró a saludar al hilo, en abierto, confesando sin rubor alguno que lo había leído todo, y que todo cuanto había leído le había gustado tanto como le gustaba poder decir que ella era, exactamente, el tipo de mujer que más excitaba a cada uno de ellos.

    El recibimiento fue atronador, y lo fue aún más cuando, a la pregunta de con qué modelos se la podía comparar, ella dio tres enlaces distintos a vídeos que había encontrado en el propio foro: la misma escena en la que había visto la lencería que había buscado y comprado, otra de la misma modelo, y una tercera con otra chica, físicamente distinta pero muchísimo más lanzada ante de la cámara. A modo de nota a pie de página, bajo los tres enlaces a los vídeos y como única explicación, Ambrosía escribió simplemente: Sacad vuestras propias conclusiones. En cuestión de unos días, todos los usuarios del foro, salvo Roberts y los más ocasionales, le habían enviado algún mensaje privado; si bien algunos lograron ponerla cachonda, otros le parecieron simplemente graciosos, o curiosos, y solo uno le resultó particularmente excesivo.

    Sin embargo, de Roberts, que se dirigía a ella en público con la mayor naturalidad, no llegó ninguno. Ningún mensaje privado. Ninguna llamada a su puerta de aquel chico que, a la vista de todos, le decía que tenía que dejar de mirar y empezar a hacer, a disfrutar de ese cuerpo que todos aquellos hombres, incluyendo él y especialmente él, codiciaban con tanto anhelo. El chico empezó a dedicarle vídeos, manteniendo metódicamente las proporciones que había utilizado ella en sus tres enlaces: dos vídeos de las mujeres, en general, más gordas y más tetonas, como ella, por cada uno de otras que, aun encajando peor en el perfil físico -pero siempre carnosas- eran sensiblemente más procaces ante la cámara. Roberts parecía tener un acceso ilimitado a vídeos porno BBW y SSBBW y, combinado con todo lo demás que veía en él, eso a Ana le encantaba hasta el extremo de hacerla sentirse desesperadamente morbosa. Ella sabía que era casi una SSBBW, esto es, del tipo físico que más atraía a su esquivo seductor, y muy capaz de hacer cuanto veía en los vídeos, y más, a quien se lo supiera sacar. Y él, mientras tanto y como si leyese el pensamiento de su dama, se mostraba constantemente guarro, innovador e imaginativo, a veces maravillosamente descriptivo, y a la par encantador, canalla y anticuado, pero siempre, y solo, en el foro público, a la vista de todo el mundo.

    Tras más de un mes jugando al gato y al ratón, Ambrosía se dio por vencida e hizo lo que, estaba segura sin haberlo leído nunca, desde el principio Roberts se había propuesto que hiciera: esperando a verlo conectado -solo le iba a dar una oportunidad-, Ana dio el primer paso enviando al chico un mensaje privado.

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  6. Roberts contestó al instante, con la naturalidad acostumbrada, y tras una corta reprimenda, no exenta de guasa, por la tardanza en enviarle ese mensaje, comenzó a describir tranquilamente el efecto que había tenido su llegada al foro, cómo había caldeado el ambiente y lo honrado que se sentía él por recibir tan destacada visita, aunque fuera tras más de un mes de dura espera. Acto seguido, y como el que no quiere la cosa, Ana se encontró confirmando su parecido físico con varias de las modelos de las que tantas veces habían hablado ya en el abierto. Después, y siguiendo el hilo de la conversación, Ambrosía preguntó a Roberts por su aspecto, y el caso fue que la respuesta no podía haberla puesto más cachonda: estatura media, delgado, pelo largo, barba, gafas, pendiente, y sonrisa de pirata. Aquel tipo era un bandido, pensó Ana, pero tenía un encanto endiablado; enseguida él se dio cuenta de que la imagen que de sí había mostrado provocaba la imaginación de Ana, y con la mayor habilidad se puso a la tarea de explotarlo a conciencia. Por otra parte, los dos intuían que el otro estaba diciendo la verdad y ello aportaba a la conversación una fuerte confianza que, quizás en otra situación y entre otras personas, podría haber parecido extraña.

    Pero en aquel momento no lo parecía y poco a poco, casi imperceptiblemente, Roberts fue derivando hacia temas relacionados siempre de alguna manera con el sexo, pero cada vez más profundos; cuestiones relativas, por ejemplo, a la autoimagen y a la conveniencia de dejarse desear, expuestas de tal manera que hacían sentirse a Ana tan absolutamente entregada como fortalecida por la inacabable serie de halagos que el chico dedicaba a cada justificada promesa que, de su cuerpo, había hecho Ambrosía un rato antes. Ella, por su parte, también se sentía increíblemente atraída por la descripción que Roberts había hecho de sí, y por lo que veía en la pantalla con sus propios ojos, y se sentía absolutamente abierta a cualquier propuesta razonable en aquella situación.

    Y la propuesta resultó ser hablar, solo hablar, sin cámaras ni nada por el estilo, durante cerca de tres horas. Casi sin darse cuenta, Ana se encontró contándole toda su historia reciente a un completo desconocido que, en algunos aspectos, casi parecía conocerla mejor de lo que se conocía ella misma. Así, casi sin solución de continuidad, su biografía había llegado al momento en el que descubrió el significado de las siglas BBW. Sin saber ni cómo, Ana pasó de estar recordando, no sin cierta amargura, lo muy gorda que había llegado a estar, a sentirse profundamente excitada por eso mismo. A él, aseguraba Roberts, lo que Ambrosía le había contado de Ana, todo ello, no podía gustarle ni excitarle más.

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