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10 de diciembre de 2017

Consenso

Advertencia de la autora: este relato es erótico y contiene descripciones muy explícitas que pueden no ser del gusto de algunas personas.

—No te pareces demasiado a la foto de Tinder. Eres mucho más guapo al natural.
—¡Vaya! La primera parte ya me la he encontrado más veces, la segunda me ha pillado un poco a traspié. ¡Muchas gracias, muy amable!
El hielo del segundo mojito se había derretido ya de puro aburrimiento mientras las once se les habían convertido en las doce y las doce en la una, y el bar se había ido quedando vacío.
—O nos pedimos otra o nos echan de aquí. —El camarero apareció de la trastienda con una fregona—. Vaya, me parece que acaban de decidir por nosotros.
En la calle hacía frío y se arrebujaron dentro de los abrigos, un poco sin saber bien qué hacer. Él se lanzó:
—Se ha hecho tarde, ¿quieres que te acompañe a casa?
Mucho.
Ella no vivía lejos: en diez minutos a paso perezoso habían liquidado el asunto.
—¿Te apetece pasar a tomar la última?
Claro.
—Pues no tengo una gota de alcohol en casa —dejó escapar una carcajada ante la cara de estupor de él—. Llevo toda la noche muriéndome de ganas de darte un beso.
¡Pues no se hable más!
Se besaron en el portal como dos adolescentes, acariciándose por encima de la ropa.
—Vamos arriba, que todavía nos aparece un vecino.
Lo tomó de la mano y subió las escaleras delante de él. No es que le diera igual que le mirase el culo, es que lo había hecho a propósito para que se lo mirase. Él la emprendió a mordiscos en el cuello mientras ella metía la llave en la cerradura. La puerta del apartamento daba directamente al salón con cocina americana.
—¿Qué tomas?
¿La puerta del dormitorio podría ser?
Podría.
Las botas y los abrigos no pasaron de la entrada. Mientras se besaban, él le deslizó las manos por debajo de la blusa y recorrió la espalda hacia arriba, buscando el cierre del sujetador que, por supuesto, se le resistió. Su técnica no había mejorado demasiado desde los noventa.
¿Me echas una mano con esto?
Ella sonrió y soltó el broche en un gesto mecánico y veloz que ejecutó con una sola mano, sin dejar de acariciarle con la otra el vello del torso ya desnudo.
—Me maravilla ese superpoder vuestro, es hipnótico. —Con cada palabra iba desabrochando un botón, desvelando los pechos medio cubiertos por un sujetador que dejaba entrever mucho más de lo que ocultaba.
—Ven aquí —dijo ella, y volvió a besarlo, aunque enseguida inició un descenso lento pero inexorable por el cuello, el pecho, el vientre—. Dime cuánto te gusta.
Mucho. Muchísimo. TODO —la o se convirtió en un gemido simultáneo a un mordisco en el hueso de la cadera.
Dime cómo te gusta.
Lo estás haciendo de maravilla.
Siguió el recorrido de su boca y sus manos, acariciando el torso mientras lamía, besaba, mordía el bajo vientre, las ingles, los muslos. Los dedos descendían por los costados y volvían a subir.
—Me estás matando.
—No te mueras todavía, que ahora viene lo mejor.
Lo empujó suavemente para que se sentara en la cama y terminó de quitarle los pantalones y los calzoncillos. Se arrodilló entre sus piernas y, mirándolo a los ojos, le dio un lametón suave y fugaz al glande. Asomó una gota que se apresuró a recoger con los labios. Apenas un roce, una caricia.
—Diooos.
—Puedes llamarme Violeta.
Le dedicó una media sonrisa burlona y, sin previo aviso, se metió el pene entero en la boca, hasta la base. Él se estremeció y se lo agradeció con una contracción involuntaria dentro de la garganta. La agarró fuerte del pelo. Ella lo miró y negó con la cabeza sin dejar de hacer lo que estaba haciendo. El agarre se convirtió en caricia. Ella se retiró y empezó a lamer la polla y a frotarla con los labios mientras masajeaba los testículos con firmeza, empujándolos hacia arriba. Apretaba el capullo entre los labios, lo acariciaba con la lengua. Se entretuvo un rato lamiendo y chupando los testículos y su boca fue derivando hacia el perineo.
¿Sí?
¡Sí!
Separó las nalgas y besó el ano. Lo lamió, lo succionó. Él empezó a tocarse mientras ella se entregaba con entusiasmo a la tarea. Lo acarició con el pulgar e hizo un poco de presión. Notó que él se tensaba.
¿Más?
Lo pensó un segundo antes de responder:
Mejor no.
Aflojó la presión, que volvió a convertirse en masaje y con la mano libre cogió la de que él estaba usando para masturbarse.
—Anda, no seas egoísta, déjame un poco.
Él se rió y apartó la mano mientras ella volvía a metérsela entera en la boca despacito, recreándose en el placer de él.
Dame caña.
No se hizo de rogar. Agarró la erección con fuerza y empezó a acariciarla arriba y abajo, al ritmo de los movimientos de su cabeza. La lengua subía y bajaba dentro de la boca, empujando, recorriendo toda su longitud, acariciando el glande. Aumentó la presión y la velocidad al notar como se le aceleraba a él la respiración, el movimiento casi involuntario de sus caderas.
Para, por dios, no quiero correrme así. Quiero que me montes.
Abrió el cajón de la mesilla y sacó un condón. Se lo colocó mirándolo a los ojos, muerta de puro deseo.
—Túmbate en la cama.
Él obedeció y ella gateó hacia él. Le pasó una pierna por encima para colocarse a horcajadas y comenzó a frotar su sexo contra el de él. Le tomó las manos y se las puso en los pechos.
—¿Quieres que te folle?
—Quiero que me folles.
—Dímelo otra vez.
—Quiero que me folles.
—Pídemelo.
—Fóllame por favor.
Se puso en cuclillas, se colocó el capullo entre los labios y empezó a moverse muy despacio, muy suave, apenas incrementando el ritmo y la profundidad.
—Por favoOOOOOOH —Violeta dejó caer todo su peso sobre el cuerpo de él y empezó a cabalgarlo con movimientos largos y cada vez más rápidos. Notó como se tensaba bajo su cuerpo y aumentó el ritmo al máximo que podía soportar. El orgasmo no tardó en llegar. Él eyaculó empujando con las caderas contra las suyas y enterrando la cara entre sus pechos, y permaneció así unos instantes.
—No te ha dado tiempo, ¿verdad?
—No, pero no te preocupes, que ahora me vas a comer el coño como si lo fueran a prohibir.
A sus órdenes

29 de enero de 2017

Adopta una autora: Johanna Reiss (I)



Tenía unos ocho años cuando entró en mi casa (no sé bien cómo) La habitación de arriba, de Johanna Reiss. Yo era una lectora empedernida, un auténtico ratón de biblioteca, y me leía todo lo que caía en mis manos, así que lo devoré. Lo devoré y puedo decir sin faltar a la verdad que es uno de los libros que me cambió la vida. Sí, a los ocho años. La historia de Annie y su hermana —dos niñas judías holandesas que pasan tres años escondidas de los nazis en una habitación— me caló tan hondo que durante meses me dediqué a buscar y leer compulsivamente libros ambientados en la II Guerra Mundial y así llegaron El pájaro amarillo, Charcos en el camino, Cuando Hitler robó el conejo rosa y tantos otros. Claro que había oído hablar de los nazis y de Hitler, pero apenas sabía de ellos otra cosa que eran la encarnación del mal, y creo firmemente que esas lecturas de mi infancia contribuyeron en una medida enorme a conformar a la adulta que soy. Y todo empezó con La habitación de arriba.

Imagen prestada de Tubantia

Por eso, cuando descubrí en Twitter la fabulosa iniciativa #AdoptaUnaAutora decidí adoptar a Johanna. No es una autora prolífica (solo ha publicado cuatro libros) pero para mí ha sido tan importante que creo que este pequeño homenaje es lo mínimo que le debo.

Hablar de la vida de Johanna Reiss (de soltera, Johanna de Leeuw) y de su obra es prácticamente lo mismo, pues sus cuatro libros son autobiográficos. Se la ha comparado con frecuencia con Anna Frank: ambas judías, ambas holandesas, ambas pasaron una parte importante de la adolescencia escondidas en una habitación a causa de la invasión nazi… Afortunadamente para Annie, que así la llamaban de niña, su historia tiene un final muy distinto.

¡Pero no nos adelantemos! En esta primera entrada solo quería presentárosla, hablaros de lo importante que ha sido para mí su primera obra, y, por supuesto, recomendaros su lectura, porque La habitación de arriba es uno de esos libros que, aunque están escritos para niños o jóvenes, cualquier adulto puede leer con placer y aprovechamiento. Creo que os conmoverá. En la próxima entrada os hablaré de él más en profundidad.