Advertencia de la autora: este relato es erótico y contiene descripciones muy explícitas que pueden no ser del gusto de algunas personas.
—No te pareces demasiado a la foto
de Tinder. Eres mucho más guapo al natural.
—¡Vaya! La primera parte ya me la
he encontrado más veces, la segunda me ha pillado un poco a traspié. ¡Muchas gracias,
muy amable!
El hielo del segundo mojito se
había derretido ya de puro aburrimiento mientras las once se les habían convertido
en las doce y las doce en la una, y el bar se había ido quedando vacío.
—O nos pedimos otra o nos echan de
aquí. —El camarero apareció de la trastienda con una fregona—. Vaya, me parece
que acaban de decidir por nosotros.
En la calle hacía frío y se
arrebujaron dentro de los abrigos, un poco sin saber bien qué hacer. Él se lanzó:
—Se ha hecho tarde, ¿quieres que te acompañe a casa?
—Mucho.
Ella no vivía lejos: en diez
minutos a paso perezoso habían liquidado el asunto.
—¿Te apetece pasar a tomar la
última?
—Claro.
—Pues no tengo una gota de alcohol
en casa —dejó escapar una carcajada ante la cara de estupor de él—. Llevo toda la noche muriéndome de ganas de
darte un beso.
—¡Pues no se hable más!
Se besaron en el portal como dos
adolescentes, acariciándose por encima de la ropa.
—Vamos arriba, que todavía nos
aparece un vecino.
Lo tomó de la mano y subió las
escaleras delante de él. No es que le diera igual que le mirase el culo, es que
lo había hecho a propósito para que se lo mirase. Él la emprendió a mordiscos
en el cuello mientras ella metía la llave en la cerradura. La puerta del
apartamento daba directamente al salón con cocina americana.
—¿Qué tomas?
—¿La puerta del dormitorio podría ser?
—Podría.
Las botas y los abrigos no pasaron
de la entrada. Mientras se besaban, él le deslizó las manos por debajo de la blusa y recorrió la espalda hacia arriba, buscando el cierre del sujetador
que, por supuesto, se le resistió. Su técnica no había mejorado demasiado desde
los noventa.
—¿Me echas una mano con esto?
Ella sonrió y soltó el broche en un
gesto mecánico y veloz que ejecutó con una sola mano, sin dejar de acariciarle
con la otra el vello del torso ya desnudo.
—Me maravilla ese superpoder
vuestro, es hipnótico. —Con cada palabra iba desabrochando un botón, desvelando
los pechos medio cubiertos por un sujetador que dejaba entrever mucho más de lo
que ocultaba.
—Ven aquí —dijo ella, y volvió a
besarlo, aunque enseguida inició un descenso lento pero inexorable por el
cuello, el pecho, el vientre—. Dime
cuánto te gusta.
—Mucho. Muchísimo. TODO —la o se convirtió en un gemido simultáneo
a un mordisco en el hueso de la cadera.
—Dime cómo te gusta.
—Lo estás haciendo de maravilla.
Siguió el recorrido de su boca y
sus manos, acariciando el torso mientras lamía, besaba, mordía el bajo vientre,
las ingles, los muslos. Los dedos descendían por los costados y volvían a
subir.
—Me estás matando.
—No te mueras todavía, que ahora
viene lo mejor.
Lo empujó suavemente para que se
sentara en la cama y terminó de quitarle los pantalones y los calzoncillos. Se
arrodilló entre sus piernas y, mirándolo a los ojos, le dio un lametón suave y
fugaz al glande. Asomó una gota que se apresuró a recoger con los labios.
Apenas un roce, una caricia.
—Diooos.
—Puedes llamarme Violeta.
Le dedicó una media sonrisa burlona
y, sin previo aviso, se metió el pene entero en la boca, hasta la base. Él se
estremeció y se lo agradeció con una contracción involuntaria dentro de la
garganta. La agarró fuerte del pelo. Ella
lo miró y negó con la cabeza sin dejar de hacer lo que estaba haciendo. El
agarre se convirtió en caricia. Ella se retiró y empezó a lamer la polla y
a frotarla con los labios mientras masajeaba los testículos con firmeza,
empujándolos hacia arriba. Apretaba el capullo entre los labios, lo acariciaba
con la lengua. Se entretuvo un rato lamiendo y chupando los testículos y su
boca fue derivando hacia el perineo.
—¿Sí?
—¡Sí!
Separó las nalgas y besó el ano. Lo
lamió, lo succionó. Él empezó a tocarse mientras ella se entregaba con
entusiasmo a la tarea. Lo acarició con el pulgar e hizo un poco de presión. Notó
que él se tensaba.
—¿Más?
Lo pensó un segundo antes de
responder:
—Mejor no.
Aflojó la presión, que volvió a
convertirse en masaje y con la mano libre cogió la de que él estaba usando para
masturbarse.
—Anda, no seas egoísta, déjame un poco.
Él se rió y apartó la mano mientras
ella volvía a metérsela entera en la boca despacito, recreándose en el placer
de él.
—Dame caña.
No se hizo de rogar. Agarró la
erección con fuerza y empezó a acariciarla arriba y abajo, al ritmo de los
movimientos de su cabeza. La lengua subía y bajaba dentro de la boca,
empujando, recorriendo toda su longitud, acariciando el glande. Aumentó la
presión y la velocidad al notar como se le aceleraba a él la respiración, el
movimiento casi involuntario de sus caderas.
—Para, por dios, no quiero correrme así. Quiero que me montes.
Abrió el cajón de la mesilla y sacó
un condón. Se lo colocó mirándolo a los ojos, muerta de puro deseo.
—Túmbate en la cama.
Él obedeció y ella gateó hacia él.
Le pasó una pierna por encima para colocarse a horcajadas y comenzó a frotar su
sexo contra el de él. Le tomó las manos y se las puso en los pechos.
—¿Quieres que te folle?
—Quiero que me folles.
—Dímelo otra vez.
—Quiero que me folles.
—Pídemelo.
—Fóllame por favor.
—Fóllame por favor.
Se puso en cuclillas, se colocó el
capullo entre los labios y empezó a moverse muy despacio, muy suave, apenas
incrementando el ritmo y la profundidad.
—Por favoOOOOOOH —Violeta dejó caer
todo su peso sobre el cuerpo de él y empezó a cabalgarlo con movimientos largos
y cada vez más rápidos. Notó como se tensaba bajo su cuerpo y aumentó el ritmo
al máximo que podía soportar. El orgasmo no tardó en llegar. Él eyaculó empujando con las caderas contra las suyas y enterrando la cara entre sus
pechos, y permaneció así unos instantes.
—No te ha dado tiempo, ¿verdad?
—No, pero no te preocupes, que ahora me vas a comer el coño como si lo fueran a prohibir.
—A sus órdenes.
Madre mía. Me ha encantado jaja. Hacía mucho que no leía nada erótico. Me he perdido un poco con las partes en negrita, peroa última frase ha sido fantasía pura para mis ojos.
ResponderEliminarMuy buen relato :-)
¡Muchas gracias! ^_^
EliminarLas negritas marcas los momentos en los que se está buscando o dando confirmación de que la otra persona desea lo que está pasando y lo disfruta. Al fin y al cabo, este relato va de eso. De que pactar puede ser muy sexy.